Ep.2/ Una mirada a lo que no queremos ver

Como dice el viejo refrán, “ojos que no ven corazón que no siente”. Pero el hecho de no verlo, no hace que desaparezca lo que ya está. Eso que no queremos ver, va tomando otras formas, infiltrandose en nuestras relaciones, decisiones, e ideas de quienes somos, que pueden estar muy lejos de la realidad.

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Ep.2/ Una mirada a lo que no queremos ver

 

La vulnerabilidad son los ojos del ser, el vehículo que nos permite llegar a encontrarnos con nosotros mismos. Nuestras emociones son el espejo que refleja nuestras experiencias del pasado las cuales dan color a las nuevas experiencias del día a día.

Cuando pasamos por experiencias que evocan emociones intensas, preferimos quitar la mirada de eso que tanto nos duele. Como dice el viejo refrán, “ojos que no ven corazón que no siente”. Pero el hecho de no verlo, no hace que desaparezca lo existente. Eso que no queremos ver, encuentra la manera de presentarse en diferentes formas, infiltrandose en nuestras relaciones, decisiones, e ideas de quienes somos, las cuales pueden estar muy lejos de la realidad.

Tampoco podemos sentir sin antes estar dispuestos a abrir nuestros ojos y ver lo que tanto nos duele. A sentir lo feo, lo incómodo, lo vergonzoso, como también a aceptar nuestro rol en el problema. Cuando podemos ver más allá de la superficie y cruzamos esa línea incómoda entre lo que le mostramos al mundo y lo que realmente somos, es ahí cuando comenzamos a conocernos a nosotros mismos.

Cambiar de perspectiva y retar ideas que no nos benefician, puede ser difícil al comienzo. Es como cuando nuestros ojos se han acostumbrado a cierto nivel de brillantez y de repente son expuestos a nuevas frecuencias de luz para la cual no estaban acostumbrados, lo cual nos resulta incómodo. Pero si te permites mirar por un rato más, descubres que poco a poco comienzas a ver con más claridad lo que al principio no parecía estar ahí.

Cuando no conocemos el camino, abrir los ojos resulta más aterrador. Naturalmente, cerramos nuestros ojos para protegernos por instinto de sobrevivencia. Lo incierto, lo nuevo, lo retante, la crítica, el rechazo, el abandono, se registra como amenaza emocional, y es esperado que sintamos miedo y desviemos la mirada. Pero cuando te das cuenta que el ver nos ayuda a sentir y el sentir nos da la información necesaria para ajustarnos a las situaciones difíciles, descubres que la fortaleza siempre ha estado en nuestra apertura a sentir. Lo contrario a lo que siempre nos han hecho creer; “que el sentir nos hace débiles”.

Para vernos tal y cómo somos, primero tenemos que hacernos conscientes de nuestros espejos, o siguiendo la metáfora, nuestras emociones. Nuestros espejos se nublan con memorias emocionales que interfieren con la imagen que se proyecta en ellos. Las imágenes que cargan dolor nos predisponen a anticipar más dolor, como una manera de alertarnos y prepararnos para evitar ser heridos nuevamente. El dolor que no es atendido hace que lo que veamos en nuestros espejos se distorsione. Y en muchas ocasiones donde se viven experiencias traumáticas recurrentes y crónicas (por ejemplo, crecer en un hogar o entorno abusivo), el dolor se torna familiar y, tanto el irse como el quedarse resulta aterrador.

Cuando los ambientes o relaciones abusivas se convierten en lo familiar, nuestro sistema de sobrevivencia elegirá lo predecible sin importar lo doloroso que pueda ser.  No importando si nuestra razón comprende que necesitamos salir o huir del peligro, estas decisiones se procesan fuera de nuestra capacidad para elegir racionalmente. La sobrevivencia proviene de la parte inconsciente e instintiva de nuestro sistema nervioso. Por tanto, lo familiar se convierte en prioridad cuando vivimos en sobrevivencia ya que la predictabilidad imparte un sentido de control; necesario para regular nuestro sistema de alerta.

Nuestras emociones filtran la manera en la que percibimos al mundo y a nosotros mismos, llevándonos muchas veces a conclusiones que pudieran ser engañosas. Si nos hacemos conscientes de cómo, cuándo, y porqué surgen dichas emociones, podemos ver con mayor claridad.

Las experiencias dolorosas tienen el poder de cerrar nuestros ojos, volvernos reacios a ser vulnerables, robándonos así la oportunidad de conectar con nosotros mismos y con los demás. El trauma es esa experiencia que rompe el espejo. Y nacen diferentes partes en nosotros que se posicionan en lados opuestos, reflejando contradicciones, espacios en sombras, como también vacíos que buscaremos llenar de muchas maneras.

Hay partes en nosotros que van entrar en conflicto entre ellas, al querer y sentir cosas bien opuestas. Por ejemplo, vamos a querer estar con personas de quienes a la misma vez quisiéramos protegernos. Vamos a desear poder conectar con los demás y a su vez aislarnos o querer salir corriendo cuando la relación se vuelve más intima. Vamos a querer quedarnos en lugares de los cuales deseamos huir. Vamos a amar a personas que también despiertan un coraje o dolor intenso en nosotros. Vamos a desear poder sentir y al mismo tiempo no sentir nada.

Cuando estas partes guardan emociones intensas, otras partes nacen para compensar por ese dolor. Hay partes en nosotros que guardan el dolor y otras que se aseguran de que nunca más nos vuelvan a herir de la misma forma. Estas partes protectoras crean una armadura de coraje, indiferencia, o sobre carga, tratando de probar lo opuesto a esas ideas que internalizamos luego de ser heridos.

Por ejemplo, cuando alguien nos engaña, una parte hipervigilante que desconfiará de los demás nace para asegurarse que no nos vuelvan a engañar. Si crecimos en un ambiente inestable, quizás desarrollamos una parte que continuamente intenta tener el control, con el fin de evitar la angustia que sentimos al vivir en incertidumbre y caos. Si sufrimos algún tipo de maltrato, tal vez una parte de nosotros buscará escapar del dolor utilizando sustancias, trabajando demasiado, o enfocándose en las necesidades de otros.

Por lo general, las partes que guardan las heridas del pasado se activan en nuestras relaciones, activando de paso a la contraparte protectora. Estas contradicciones crean un conflicto interno que nos hace más vulnerables a entrar en conflictos con los demás.

Tanto la confianza en los demás, como también en nosotros mismos es lo primero que se afecta ante situaciones traumáticas y dolorosas. Especialmente, si estas situaciones fueron en manos de cuidadores o seres queridos. Entonces nuestras partes protectoras nos hacen cuestionarnos: ¿Cómo vas a confiar en los demás, si las personas que esperabas que te protegieran, amaran y cuidaran te fallaron? ¿Cómo vas a confiar en tu criterio si jamás pensaste que esa persona era capaz de hacer lo que hizo?

Las heridas más profundas las cargamos desde la niñez. Si no obtuvimos el cariño, compañía, comprensión, respeto, reconocimiento, validación y atención que necesitábamos, nuestra mente se ve forzada a crear partes protectoras para ayudarnos a navegar el mundo. Evitando así que volvamos a caer o que otros nos hagan tropezar. Cuando el dolor es significativo, hasta el caminar nos aterra y el sistema simplemente colapsa y se paraliza, ya que todo se percibe como peligroso. En especial si nos sentimos solos en el dolor. Las heridas mas profundas cargan sentimiento de soledad. Muchas de estas heridas las sufrimos en silencio para protegernos del dolor de ser juzgados. Muchas veces el miedo mayor es revisitar estas heridas y que el sentimiento de soledad nos abrume nuevamente.

Para que las partes protectoras logren descansar, nuestro niño/a/e interior necesita sentirse seguro. Necesita ser escuchado y también necesita escuchar del adulto que somos hoy día, lo que le faltó escuchar por sus cuidadores o personas que le hirieron en el pasado.

Decirle que vas a estar ahí para sostenerlo, aunque sea difícil mantener un balance. Que esta vez no estará solo que tú cuidaras de él/ella/elle. Que es merecedor del amor, cuidado, respeto y atenciones, que no le pudieron dar. Que las personas que lo hirieron, tenían sus espejos rotos, y no eran capaces de apreciar su valor, y a consecuencia, tampoco el tuyo. Que donde te veías nunca fue tu espejo. Que las ideas que te hicieron creer sobre ti mismo nunca fueron tuyas, sino de ellos. Las inseguridades que te forzaron ver en ti cuando ellos no toleraban verlas en sí mismos.

Los aspectos de nosotros que son dolorosos de aceptar, los vamos a proyectar en otros, desplazando cargas que no somos capaces de sobrellevar. Y si tus ojos no están aptos para verte con todos tus matices y heridas, tampoco podrá s ver a otros con claridad.

Para no pasarle factura a otros por nuestro dolor, y no convertirnos en personas ciegas que obligan a otros a ver lo que no queremos ver en nosotros mismos, debemos comenzar poco a poco a abrir los ojos de la vulnerabilidad y enfrentar cara a cara eso que tanto nos duele.

Aceptar y tomar responsabilidad de lo que sentimos es la clave para no responsabilizar a otros de nuestros errores. Pero mirar nuestro rol en el problema, es una de las partes más difíciles del proceso. Iremos por la vida proyectando inseguridades sino hacemos espacio para observar, entender y aceptar eso que llamamos “imperfecto” en nosotros.
En la física cuántica el fenómeno cambia su comportamiento al ser observado. Si nos atrevemos a mirar eso que nos da vergüenza y nos duele, el dolor no se desplaza ni se induce en otros, sino que se transforma y utiliza como información para conocernos y ayudarnos a navegar el mundo de una manera más auténtica y real. Es cierto que herimos cuando estamos heridos, pero cuando vemos y cuidamos de nuestras heridas, evitamos que el dolor se propague y encuentre nuevas células huéspedes donde habitar y multiplicarse.

 

El proceso de sanación comienza cuando nos damos la oportunidad de sentir, de apreciar nuestros matices, y de tolerar nuestras sombras. Para así vernos tal y como somos, personas complejas compuestas por muchas partes. No porque estamos rotas, sino porque nuestras luces, sombras, y espacios vacíos son los elementos distintivos de quienes somos.

 
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