Ep.1/ Trauma Generacional en Arroz y Habichuelas

 

“Somos criados por personas marcadas por traumas personales y generacionales no resueltos. De no atender éstas heridas en nosotros pasamos de ser recipientes a ser co-autores en estas historias. De esta manera, perpetuamos ciclos de trauma en nuestros hijos/as y/o futuras generaciones.”

Audio: Narrado por Dr. Dalissa Nevarez


 

El trauma generacional es una cadena que carga con el dolor emocional de generaciones anteriores y que impacta las generaciones futuras de no romper con estos ciclos. Esto, como resultado de eventos significativamente dolorosos que marcaron la vida de personas, familias, comunidades, razas, culturas y países, en un momento particular de la historia y/o a través de los años.

La línea directa donde se desplaza este peso emocional es a través de nuestros cuidadores primarios. Por lo general, estas cadenas son difíciles de romper, y se van multiplicando a medida que inducimos en otros el dolor que no somos capaces de tolerar, procesar o manejar por nosotros mismos.

Ep.1/

Trauma Generacional

 
 

En muchas ocasiones, hemos sido criados por personas marcadas por traumas personales y generacionales no resueltos. De no atender éstas heridas en nosotros pasamos de ser recipientes a ser co-autores en estas historias. De esta manera, perpetuamos ciclos de trauma en nuestros hijos/as y/o futuras generaciones.

La mayor reincidencia de traumas generacionales la vemos en grupos minoritarios y comunidades desventajadas, donde abunda la pobreza, discriminación y violencia. Y desafortunadamente, el sistema social en el que vivimos promueve la desigualdad de trato y oportunidades para estas comunidades, lo cual mantiene la repetición de estos ciclos.

Sabemos que tanto nuestros padres/madres como nuestros abuelos/as trataron de sobrevivir y hacer lo mejor que pudieron con las herramientas y recursos que tenían. Sin embargo, estas cargas son sumamente difíciles de llevar sino son atendidas propiamente.

La energía psicológica que consume el trauma no resuelto, limita nuestros recursos cognitivos (ej. habilidades de memoria, toma de decisiones, atención, concentración, planificación, razonamiento, entre otros). También nos limita el nivel de tolerancia para manejar nuestras propias emociones, además de robarnos la capacidad para estar emocionalmente disponibles para otros.

Además del impacto emocional, se ha evidenciado que el trauma generacional, crea cambios a nivel genético en las hijo/as de las víctimas, haciéndolos/as así más reactivos a futuros estresores y mas vulnerables a desarrollar traumas entre otros problemas de salud mental; en especial cuando nos criamos en ambientes tóxicos y opresores que agotan nuestros recursos emocionales.

Las teorías de apego, nos facilitan un mejor entendimiento sobre cómo estas cadenas generacionales impactan nuestro sistema nervioso. Está evidenciado que nuestras necesidades emocionales son tan importantes para nuestra sobrevivencia como lo es la comida. Somos seres dependientes del tacto, cuidado, atenciones y amor incondicional de nuestros cuidadores primarios. Nuestro sistema nervioso está alambrado para la conexión con los demás, ya que de eso depende nuestra sobrevivencia. Somos la especie que más necesita de otros seres para vivir y navegar el mundo.

La calidad del apego que formamos con nuestros cuidadores, son el puente que facilita el conocimiento y satisfacción de esas necesidades. Los lazos de conexión con nuestros cuidadores van trazando nuestro mapa interno que luego usamos de referencia para explorar y navegar el mundo. Y de estas relaciones tempranas es dónde surgen las ideas de quiénes somos, sentimos, pensamos y hacemos, las cuales luego se convierten en nuestra brújula que guía la relación con nosotros y los demás.

El trauma se observa desde la herida que deja en la víctima, y no necesariamente de la naturaleza del evento en sí; aunque por lo general existen eventos o serie de eventos que claramente dejan heridas en cualquier persona que lo experimente. Cuando hablamos de “trauma”, no sólo nos referimos a aquellos eventos que son evidentemente traumáticos como por ejemplo, abuso físico, emocional, y sexual; o negligencia, inseguridad alimentaria, el haber presenciado violencia entre padres, abandonos del hogar o pérdidas de un ser querido. En adición a estos eventos, también existen heridas que van creándose a través del tiempo de manera gradual, las cuales también dejan su huella significativa.

En el campo de trauma, entendemos que no sólo se trata de lo que pasó, sino también lo que se supone que pasara y no pasó. Como, por ejemplo, en hogares donde quizás no hubo maltrato físico activamente, pero tampoco hubo afecto, palabras de aliento, o tal vez un espacio para que el niño/a expresara libremente sus emociones, curiosidades, deseos e ideas; lo cual es crucial para el desarrollo emocional saludable de todo ser humano.

En estos hogares vemos también que, de manera inversa, muchas veces se imponen las ideas, deseos, creencias y necesidades de los adultos en sus niños/as, limitando la expresión libre y autentica del infante. Esto se entiende como intentos del adulto a ejercer cierto tipo de control externo a través de sus hijo/as para compensar por el caos interno que domina su vida e interacciones como resultado de su/s trauma/s. Es entonces cuando vemos roles invertidos donde los/as niño/as comienzan a cuidar emocionalmente de sus cuidadores, asumiendo una responsabilidad que sobrepasa las capacidades del niño/a dentro de su etapa de desarrollo. Lo que conocemos como el/la “hijo/a parentificado”.

Estas dinámicas se manifiestan de diferentes maneras en el menor, y pasa a ser el mapa de referencia para relacionarse consigo mismo y los demás. Algunos de estos ejemplos lo vemos en niño/as que luego se convierten en adultos que abandonan sus necesidades, poniendo la de los demás por encima de las propias, aislándose emocionalmente, desconfiando de sí mismo y de otros, y/o haciendo todo lo posible para cumplir las expectativas y exigencias de los demás. Es cuando vemos cómo se replica la dinámica inicial que comenzó con nuestros cuidadores. Donde hacíamos lo posible por parecernos a la versión que se “esperaba” de nosotros o “la más aceptada” por la sociedad y familiares. Alejándonos cada vez más a la version real de quienes somos o de lo que queremos ser.

El propósito detrás de todo esto es de sobrevivencia, ya que al cumplir con estas exigencias y expectativas, mantenemos cierta “armonía del sistema familiar”, además de lograr obtener la validación, afecto y atención, que tanto necesitamos para sobrevivir. Estas dinámicas nos crean una idea falsa de nuestro valor, el cual deja de ser inherente, y se limita a ser un simple producto de interacciones condicionadas. Nos mantenemos con temor a mostrar quienes somos, ya que, al final del día, la vida nos enseñó que “se sobrevive cuando ocultamos lo que sentimos y cumplimos con lo que los demás quieren de nosotros”.

En terapia, encontramos un espacio seguro donde no tenemos que pretender. Llegamos tal y como somos, con las heridas, dudas, dolores y conflictos que forman parte de la complejidad de la vida. Es en estos espacios donde podemos conocer nuestro “yo auténtico” y entender la complejidad detrás de lo que sentimos, pensamos y hacemos. Después de todo, esas capas protectoras nos han ayudado a sobrevivir, y una vez logramos sentirnos seguros y capaces de sostener y curar nuestras propias heridas, la alarma de peligro se apaga. Es en ese momento donde nuestro sistema nervioso deja de utilizar energías para protegernos y sobrevivir, y nos permite invertir esa energía psicológica en aquellas cosas que verdaderamente nos hacen felices.

Como esto es en arroz y habichuelas, aquí les dejo sólo una porción de lo que se entiende como trauma generacional, que al igual que la receta de abuela de arroz y habichuelas, va pasando de generación en generación. Este es un tema complejo con muchas capas de la cebolla para pelar. Y créanme que ando regulando mi impulso de la abuelita de servir en grandes porciones . Así que hasta aquí los dejo para no saturarlos con información y darles espacio para digerir.


- Dalissa Nevarez, PsyD

 
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